lunes, 18 de enero de 2016

Estampas de Tierra de Campos: el exvoto


EL EXVOTO


Los santuarios son lugares predilectos porque en tales lugares se ha originado algún milagro o alberga alguna imagen de especial devoción (generalmente porque se le atribuye milagros). Por ende de siempre han sido destinos de peregrinación.

Y donde hay santuarios hay exvotos, que son las ofrendas de los peregrinos como acción de gracias por la intersección de la virgen o algún santo en la consecución de algún favor, consejo espiritual o, por qué no, milagro.


Y en este punto enlazo con un retazo de historia que hoy les vengo a contar. Y es la que me sugiere la contemplación de este exvoto en forma de cuadro pintado que me encontré en el Santuario de Alconada, cerca de Ampudia, sito en una valleja que se desparrama en el confín de los Montes Torozos y Los Alcores y en fuga hacia la llanura terracampina.

Seguramente el óleo pase desapercibido, entre la multitud de pinturas o por culpa de su mala factura, para la mayoría de los visitantes, pero no para ustedes que sé de buena tinta que han corrido raudos a desentrañar el cartel del pie del cuadro, porque ahí se explica todo.

Y es que el niño José de la Plaza, hijo de unos vecinos del cercano pueblo de La Torre de Mormojón, fue deshauciado por los médicos ante su grave enfermedad. Su madre (siempre las provisoras madres...) se enconmendó a la virgen (en este santuario bajo la advocación de Nuestra Señora de Alconada) buscando que intercediera ante Dios. Será o no por tanto rezo petitorio el caso es que el rapaz sanó y salvó el pellejo.

En gratitud acudieron ufanos a ofrecer y dotar al santuario con ese cuadro alusivo a la sanación del infante, pintura bastante mediocre por cierto (quizás no encontraron mejor artista o, lo que me temo, eran demasiado humildes como para poder costear una obra de mayor empaque); en todo caso la calidad pictórica era lo de menos para los complacidos padres. En ella se nos muestra el niño José ya restablecido y lozano, a juzgar por el buen color de labios y mejillas, y, así vestido de gala, con su escarcela y su campanilla (que no sé cuál podía ser su uso), posa más rebonito que un San Luis.

Pero tenemos que ser generosos a la hora de juzgar los actos de nuestros antepasados por muy estrambóticos que nos parezcan y hacernos cargo; imaginarnos una época sin el 112, quirófanos, rayos X, ni antibióticos... Ya me dirán cómo se explicarían los casos de sanación, si solo podía mediar una perentoria y rudimentaria asistencia de los galenos, mas que por la concesión de algún milagro divino. Tuvo que ser la única explicación para la lógica de aquellas gentes.... 


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