lunes, 15 de abril de 2024

El Peñón de Vélez de la Gomera: un baluarte olvidado


El Peñón de Vélez de la Gomera



    España posee un territorio en la costa marroquí singular: diminuto en extensión, poco más que la que suman un par de campos de fútbol; escarpado, agreste y yermo; aislado y remoto, a 120 kilómetros de distancia tanto desde Melilla como desde Ceuta y del que pocos españoles saben de su existencia, quizá porque allí no se nos ha perdido nada, pero que es nuestro desde hace cinco siglos, al fin y al cabo.


    Es un vestigio histórico bastante chocante que hubiera pasado desapercibido si no fuera por lo característico de su frontera que separa (o une) con el Reino de Marruecos. Sin embargo, por su anecdotario y por todas las vicisitudes por las que han tenido que pasar sus moradores a lo largo de los siglos, debería ser suficiente para que, al menos, supiéramos un poco más de ese trocito de España.


    El peñón de Vélez de la Gomera, una preciosa y abrupta roca calcárea, fue mandado ocupar, casi por obligación, por los Reyes Católicos para tener a raya a los corsarios berberiscos que tanto molestaban a la navegación por el Mar de Alborán y por el Estrecho, los cuales se sabía que se guarecían en la ciudad de Badis, cercana base corsaria junto a la costa. Hubo mucho esfuerzo que emplear para diezmar la fuerte resistencia rifeña y no fue hasta el reinado de Felipe II, quien tuvo que desplegar un gran contingente de navíos de guerra, cuando se afianzó la anexión del Peñón, conformándose sus almirantes con la ocupación del islote ante la imposibilidad de conquistar la ciudad. Pero consiguieron el objetivo de establecer un baluarte defendido por una guarnición permanente que vigilara el pirateo.


        Desde entonces, ante su exposición y vulnerabilidad, pues no distaba más que unos cientos de metros de la costa, el Peñón ha tenido que ser defendido con uñas y dientes ante el pertinaz hostigamiento a lo largo de los siglos de los belicosos rifeños. Además, los inquilinos de por aquel entonces, andaluces mayormente y, entre ellos, malagueños especialmente: militares y funcionarios, su servidumbre y algunos esclavos, presos y convictos tuvieron que sufrir todo tipo de trabas y dificultades: soldadas que llegaban con retardo; epidemias y enfermedades como el cólera y el escorbuto provocadas por la escasez de provisiones y la inexistencia de agua; ahogamientos por culpa de las tempestades en sus salidas temerarias al mar en busca de pesca, agua y alimentos, a veces robadas en las aldeas ribereñas. Otras veces, la desesperación se manifestó en huidas y deserciones a territorio enemigo, pero el contingente nunca se doblegó ante tantas penurias y siempre permaneció firme en la fortificación.


    Aun con tanto inconveniente, Vélez de la Gomera se organizó para que allí no faltara iglesia abierta al culto, un par de tabernas, aljibes, almacenes, cementerio y una exigua aldea que alojara las cuatrocientas almas de sus mejores tiempos. Actualmente sus habitantes son un retén del Cuerpo de Regulares.


    Pero la curiosidad que les quería contar acerca de su frontera, por la cual se ha empezado a conocer el Peñón en el mundo, es la siguiente. Resulta que en 1930 hubo en la región un fuerte terremoto (recordemos que estamos en el punto donde friccionan las dos grandes placas tectónicas: la africana y la euroasiática) que reconfiguró las mareas y corrientes de agua provocando una acumulación de arena entre el islote y la playa de la orilla de enfrente, hasta el punto que han quedado unidas por un istmo de arena o tómbolo, perdiendo el Peñón su calificación de isla. Ambas naciones han tenido que establecer su frontera en la mitad del istmo resultando en ese punto una anchura de 85 metros, lo que constituye, sin buscarlo ni quererlo, la frontera más chica del mundo; una cuerda que atraviesa ese ancho señala los límites de cada país, y aunque no se puede visitar el Peñón, pues no hay paso fronterizo constituido, los pescadores marroquís son los que habitualmente transitan por esa barra de arena.
    

    Estos últimos años el Peñón goza de un momento de tranquilidad y ojalá que siga así, con placentera existencia entre lo mejor de ambos países y una deseada larga vida en paz.



Panorámica del Peñón, su istmo, la playa de Badis y los dos imponentes montes que lo escoltan: "Saf Bakacem" y "Saf Oufadar".

lunes, 11 de julio de 2022

El embalse de Riaño: crónica de un disparate

    Eran las nueve de la mañana del día de San Fermín de 1987 cuando un estruendo se esparció por el valle. Un par de horas antes las campanas de la torre habían repiqueteado, como todas las mañanas de ese verano, para alertar de la inminente llegada de las máquinas excavadoras, camiones y Guardia Civil. Unos segundos después de la detonación la iglesia se desplomaba con estrépito y desaparecía entre la polvareda. Riaño, con ello, recibió el rejo de muerte pues el resto de sus casas, así como las de los pueblos contiguos, eran ya puro escombro desde hacía unas semanas. Ya no quedaba ningún tejado donde encaramarse para continuar la protesta, para expresar la profunda desazón. La lucha que los vecinos habían mantenido con denuedo había fracasado.


    El embalse de Riaño fue un proyecto que nació obsoleto. Ideado a finales del siglo XIX, diseñado en el período republicano, retomado con pocas variaciones por el Ministerio franquista y ejecutado por el gobierno socialista, era continuador de una tradición constructora de grandes embalses que en el último cuarto del siglo XX resultaba caduca. En la actualidad sería impensable por la atrocidad que supuso, no solo paisajística si no también humana: cerca de mil casas fueron derribadas y cientos de vecinos desalojados;  siete pueblos resultaron anegados completamente y otros dos lo fueron parcialmente. A mayores, el imponderable daño moral que tuvo que sufrir cada alma al verse expulsado de su casa, de sus tierras; despojado de sus pertenencias y animales, de sus formas de vida, de sus recuerdos….


    Un par de décadas antes, en 1965, el gobierno de Franco levantó el muro de hormigón de la presa pero las obras se ralentizaron hasta el punto de detenerse con la llegada del nuevo sistema constitucional. El proyecto parecía caer en el olvido y quizá los vecinos pudieron pensar que en ese punto permanecería estancado, pero el fantasma del embalse estaba ahí, solo estaba dormido. Cuando el gobierno socialista decidió retomar la obra, los riañeses pronto advirtieron que iban a ser los convidados de piedra en el asunto. Creyeron inocentemente que con la recién estrenada democracia sus voces serían escuchadas, sin embargo, el futuro del valle se iba a cocinar en los despachos de unos políticos que estaban a cientos de kilómetros. Las gentes del poder y con poder tenían puesto el ojo en esas fértiles vegas rodeadas de escarpadas montañas de Valdeburón y Tierra de la Reina, regadas generosamente por arroyos y riegas tributarios del río Esla, como idóneas para almacenar gran cantidad de agua.


    Alguien despertó al ogro. Lo tuvieron fácil. No hubo más que recurrir al irrebatible argumento de la creación de riqueza, esta vez en forma de aumento de la superficie de regadío que favorecería nuevos y provechosos cultivos en el mar de cebada, para tumbar cualquier reticencia. El influyente sector agrícola de las comarcas de la Tierra Llana, ante la esperanza de verse favorecidos por ese maná caído del cielo y animado por las novedades en materia agraria que se abrían desde la CEE con la transformación de grandes áreas regables, presionaba con vehemencia a la Administración. Aquel razonamiento, el de la creación de nuevos regadíos, fue el pretexto amable que le permitió al Gobierno tirar para adelante. Sin embargo, el principal objeto fue el de garantizar el caudal suficiente para alimentar las presas generadoras de energía hidroeléctrica del río Duero. En el fondo, los agricultores y algunos políticos autonómicos y provinciales hicieron el caldo gordo a las empresas hidroeléctricas, las cuales, apremiando a escondidas y de tapadillo, no tuvieron que exponerse a las críticas de la opinión pública. La prueba de tal aseveración fue que tales programas de nuevos regadíos no se aplicaron hasta muchos años después.


    Por fin, el ensoberbecido Ministro de Obras Públicas Sáenz de Cosculluela, sin atender otros planes alternativos, y con la artimaña de motivar la construcción del embalse como “de interés general”, ordenó ocupar militarmente el valle para rematar las obras pendientes. Me irrita sobremanera el que haya sido el Gobierno del Presidente González quien diera el empujón definitivo, sin hacer caso a la voz de la comarca, desoyendo otras consideraciones y rindiéndose al poderoso sector energético. Aquellos prebostes socialistas que pocos años antes, durante la Transición, aclamaron la lucha popular para auparse en el poder, la aniquilaron cuando se la plantó la gente riañesa y otros colectivos, actuando perversamente ya que se procedió con presteza al llenado del embalse el último día de diciembre de aquel 1987 a sabiendas de que al día siguiente, primero de enero, entraría en vigor normativa medioambiental europea que seguramente hubiera evitado el desatino.

    Todos los otoños, cuando merma la lámina del agua del embalse, exangüe después de haber amamantado durante el estío al secarral meseteño, veo con tristeza aflorar sobre el lodo el puente de piedra que permitía el acceso a Pedrosa. Un bello puente medieval que las excavadoras acaso olvidaron derribar para no dejar testigo alguno de la ignominia y que aún permanece en pie, languideciente, para escarnio de unos administradores infames. 



Puente medieval de Pedrosa del Rey


domingo, 2 de agosto de 2020

El arco de herradura: un invento hispano


    En España se han gestado muchos adelantos técnicos que han adaptado otras culturas y que, por ignorancia o por nuestra pertinaz consciencia de ver que todo lo foráneo es mejor, no nos percatamos lo suficiente; y lo peor, nadie nos ha explicado.

    Y esta reflexión, en concreto acerca de las novedades arquitectónicas que en la Piel de Toro se han ideado, me la venía haciendo mientras regresaba de mi enésima visita a la singular basílica visigoda de San Juan de Baños, el mayor tesoro de esta comarca castellana del Cerrato.


Iglesia visigoda de San Juan de Baños (Baños de Cerrato - Palencia)


    No me voy a entretener en describirla, solo en introducirme un poco en su origen, aprovechando que se conoce con exactitud ya que su fundador, el rey Recesvinto, quiso dejarlo por escrito en una inscripción latina que se halla dentro del templo, ya que me permitirá enlazar con el mensaje que les quiero trasmitir.

    Fue en el año 661 (y con ese dato ya podemos decir que se trata de la iglesia con culto ininterrumpido más antigua de España) cuando el monarca Recesvinto (Rek-swinth, ‘fuerte en la venganza’, no olvidemos el origen germánico del pueblo visigodo, continuador en el Poder político de Hispania tras el colapso de Roma) erigió este soberbio templo en agradecimiento a dios por su sanación de los males renales que le aquejaban tras beber agua del manantial contiguo (los antiguos baños romanos de la villa cuya fábrica se puede advertir fácilmente). La advocación del mismo no podía ser otra que la de San Juan Bautista, llamado así este importante profeta, coetáneo de Jesús, porque utilizaba el bautismo, bajo la forma de inmersión, como ritual sacramental. Tenemos, entonces, el agua como elemento dinamizador de la construcción del templo. Curiosamente el solar que ocupa la basílica es el mismo que el de la antigua ciudad romana de "Balneos" (el actual pueblo de Baños) y cuyos vestigios están saliendo a la luz en la trasera de la basílica.

    Pero a lo que voy... Este templo visigodo, así como las pocas iglesias de la meseta, territorio en donde prefirió asentarse este pueblo, que han pervivido hasta nuestros días, emplea profusamente el estiloso y elegante arco de herradura. Sin embargo, este elemento era ajeno a su cultura, no vino con ellos desde el oriente de Germania, cuna de los pueblos godos, si no que se lo encontraron aquí. Los romanos ya lo conocían ¿El arquitecto visigodo que construyó San Juan lo copió de algún edificio de "Balneos"? No en vano los primeros indicios del arco de herradura en Hispania aparecen en las estelas funerarias hispanorromanas, casi todas en León. Y desde ahí se nos presenta difícil la resolución de quién lo empezó a utilizar ¿Quizá algún pueblo indígena celtíbero? o a difundir ¿Acaso los fenicios lo trajeron desde el Medio Oriente donde ya se conocía?

    El caso es que medio siglo después (año 711) los mahometanos bereberes y árabes entraban en Hispania tras derrotar al ejército visigodo toledano y enseguida, en su conquista del norte peninsular, quedaron prendados del bello trazo del arco hispano. Lo adoptaron, lo retocaron cerrando aún más la herradura, lo enmarcaron con la característica moldura llamada alfiz y lo principal, supieron dar un uso novedoso como fue el de apoyarlos exclusivamente sobre fustes de columnas, despojándolos de los muros en cuyos vanos estos arcos embellecían.

Arco en herradura enmarcado por su alfiz
Fortaleza califal de Gormaz (Soria) 


    Los arcos fueron estilizando su silueta y gracias a que soportaban menos peso al no tener que aguantar los recios muros, pudieron cabalgarlos unos encima de otros hasta crear bosques de columnas y arcos en el inmenso salón. Y ya pueden intuir de qué les estoy hablando. Pocos años después comenzarían las obras de la mezquita de Córdoba, la joya más importante, junto con la Alhambra de Granada, de la arquitectura omeya. Y así, el arco de herradura visigodo saltó, a través de Al-Andalus, al Maghreb y enseguida a todo el orbe islámico. Aún lo emplearon los mozárabes andalusíes y lo perpetuaron, siglos después, los mudéjares de los territorios conquistados por los ejércitos cristianos del norte en las iglesias que se iban levantando por doquier.

    Por eso decía al inicio del texto que esta solución arquitectónica la podemos tomar como nuestra, quizá la más genuinamente nuestra.

Bosque de columnas y arcos en doble altura
Sala de Oración de la Mezquita de Córdoba




jueves, 12 de septiembre de 2019

El Greco de la Catedral de Palencia


"El Martirio de San Sebastián" (Doménikos Theotokópoulos-El Greco- hacia 1577-1580)
Museo catedralicio - Palencia

La catedral de Palencia es una de las más importantes de España aunque tal hecho quede un tanto eclipsado por la cercanía de dos templos absolutamente hermosos como son las catedrales vecinas de León y de Burgos. En todo caso las tres nos muestran todo el esplendor del gótico.


Cuando acudo a la seo palentina, generalmente para acompañar a las amistades que tienen a bien visitarme, el lugar donde más me entretengo es en la antesala del salón capitular para contemplar un cuadro fascinante: “El martirio de San Sebastián” de El Greco, el cual se custodia en esta catedral gracias a una donación que alguna familia otorgó al Cabildo, seguramente para compensar algún favor recibido. Muy agradecidos tuvieron que estar para desprenderse de un Greco, desde luego… Máxime cuando éste ya era un pintor reconocido y, aunque estaba recién llegado a España desde su Creta natal para fomentar su carrera artística, su fama ya se había esparcido por el Imperio filipino.


A los pies del gran cuadro me presento, el primer minuto lo empleo en recrearme con la inmensa belleza de esta pintura y luego de ese instante, paso a pormenorizar la tabla. Miro y remiro la escena escrutando todos los detalles: -Qué bonita es la firma del pintor en letras capitales griegas “DOMÉNIKOS THEOTOKÓPOULOS É POÍEI”, la cual no quiso que pasara desapercibida otorgándola un lugar preeminente, debajo de la rodilla del santo y no en una esquinita como era lo habitual.




Enseguida se averigua lo que Doménikos nos relata: el martirio de este centurión romano devenido cristiano, para disgusto del emperador Diocleciano, al cual ordenó asaetar por disidente, en el fondo le traía al pairo al pintor cretense. 

Aprovechó, no obstante, tal encargo para lucirse con un desnudo masculino que era lo que más jugosidad plástica y estética le podía reportar. Pero pintar un cuerpo desnudo en la época del severo Felipe II sin venir revestido de un halo de religiosidad, no lo hubiera podido realizar ni en sueños. Así que vio el encargo como la excusa perfecta para ejecutar el desnudo. Y contada así la película, como atroz martirio, coló de buen grado no solo ante el mandatario del encargo, si no también ante los ojos del sombrío clero, ya que al fin y al cabo eran las capillas de las iglesias las depositarias de las obras artísticas. O quizá, y eso pienso yo, que era la tácita forma convenida por todos para solazarse con la contemplación de los bellos cuerpos desnudos masculinos sin que la moral, la casta moral, se viera afectada. Pintar un hombre desnudo sería inimaginable (menos aún el de una mujer), pero sí era posible el de un santo desnudo.


Para probar que esta percepción que barrunto, de que lo que quiso dibujar el Greco más que un martirio, era representar la belleza masculina, no hay más que fijarse en la escena:

Curiosamente el martirio de San Sebastián poco tiene de cruento. Tan solo una flecha de las tres lanzadas le alcanza el costado. Sus verdugos no se ensañaron mucho con él, quizá porque hasta hace poco ese centurión había sido su capitán, o poco tino tuvieron...  A pesar de que la única flecha que ha hecho diana se ha hincado en el torso con fuerza, casi tanta como la que ha atravesado la rama, aquélla apenas le hiere a juzgar por el exiguo borbotón de sangre que sale de ese insignificante rasguño. El Santo no se queja, no expresa dolor alguno, incluso parece admitir y desear ese dulce martirio; tan solo podemos intuir que estamos en un pasaje religioso porque el protagonista ha dirigido su mirada al cielo. Pero la escena no nos desvela el desenlace como corresponde a un episodio del martirologio cristiano, quizá porque pretendió narrar de esta forma que San Sebastián no llegó a morir y fue posteriormente sanado de sus heridas.






Una vez descrito ese deslavazado tormento, les explico lo del desnudo. Podemos advertir fácilmente que El Greco dota al imberbe San Sebastián de un atlético y vigoroso cuerpo que choca con su aspecto un tanto afeminado acentuado por su lampiñez; podría ser una representación de un gay, según el imaginario homosexual de la época. La mirada se nos dirige inexorablemente al retal de lienzo que le hace de taparrabos. El pintor lo ha dejado deslizar todo lo posible, justo para apenas cubrir las partes pudendas. Ni rastro de vello púbico. La amanerada figura presenta unas torsiones que difícilmente pueden llevarnos a pensar en una postura cómoda o, al menos, de equilibrio. Sin embargo, ese recurso le vino de perlas para colocar las cuatro extremidades en posiciones diferentes para recrearse con la plasticidad que le proporciona la suerte de músculos y dotar a la escena de movimiento.
Es manierismo puro, una corriente pictórica que hizo, de la exageración o inverosimilitud de las escenas representadas, bandera; nada de lo que se pintaba era o podía ser real, pero tal gusto triunfó en el Renacimiento.




El cuerpo del santo relumbra bajo una luz que no se sabe muy bien de dónde viene, creo que de la parte superior. En todo caso, esta técnica le permitió jugar con todo tipo de carnaciones, desde las más brillantes hasta las más apagadas y para realzar la luminosidad de la figura colocó un fondo de naturaleza de colores pardos, para la tierra y el árbol, y fríos para las nubes. Por último, El Greco ya dejó en este cuadro su impronta, alargando las figuras, y este recurso lo convirtió en su seña de identidad, y aunque a nuestros ojos se nos presenta raro, en la España del XVI debió causar furor.


Detrás del Martirio de San Sebastián palentino al Greco le esperaba una gran carrera profesional que le convirtió en una celebridad. Así que no se queden con las ganas de conocerlo, no se conformen con este relato y vengan pronto a visitar este tesoro custodiado en otro reconocido tesoro como es nuestra catedral.




martes, 18 de junio de 2019

El homenaje al pastor

Escultura - homenaje al pastor Esteban Frechilla
Amusco (Palencia)



    Al subir por la antigua carretera de Santander, y a unos veinte kilómetros de Palencia, nos llamaba la atención un solitario personaje pétreo, calado con boina, y con el rictus circunspecto, que dentro de un predio agrícola y a pocos metros de tal carretera parecía vigilar a los viajeros.

    Esteban Frechilla fue un desdichado pastor de Amusco que, por casualidades de la vida, una tarde de tormenta estival acertó a pasar con sus ovejas por ese lugar cercano al pueblo justo en el momento que nunca debió llegar. Todos sabemos que la lana de las ovejas se carga de electricidad los días de aparato y atrae, pues, al rayo. El hombre no quiso abandonar el rebaño a su suerte y en su precipitada huida fue fácil diana de la descarga y al instante cayó fulminado. La tragedia causó gran conmoción, no solo en la comarca si no en toda la nación.

    Dos años después de la fatalidad, en 1961, el artista Víctor de los Ríos, impresionado por ese luctuoso suceso, quiso rendir un homenaje al desdichado pastor y, con él, al pertinazmente olvidado gremio de los pastores y erigió para ello un soberbio monumento en su reconocimiento en Ameyugo. No seleccionó el lugar del infortunio narrado para exhibir su obra si no que prefirió un lugar con mejor escaparate como es la salida de los escarpes del desfiladero de Pancorbo, en la puerta de la tierra de Miranda de Ebro, en la transitada ruta de Vasconia y de Francia.


Homenaje al pastor (Ameyugo - Burgos)
    

  




    Ahora, el Monumento burgalés al pastor ha quedado fuera de la vista ya que todos circulamos por el autopista, pero lo recordamos cuando de niños nos llevaban por la vieja carretera Nacional, la N-1, a las playas de Guipúzcoa y, al pasar por debajo del espolón de roca que lo sostiene, lo contemplábamos pasmados con la nariz pegada en la ventanilla del coche. A veces era el lugar perfecto para parar a mear detrás del espino mientras que padre se apretaba un Ducados y, boquiabiertos, podíamos admirar con asombro la colosal escultura y un poco más alejado la del zagal que parecía decirnos adiós con la mano cuando reanudábamos la marcha.

  En el pueblo de Amusco, el discreto busto con que el Sindicato Nacional rindió homenaje al señor Frechilla, poco se gastaron, pero tuvieron ese detalle, languidece entre los abrojos y cardos que cubren la peana, con los infinitos trigales y cebadales terracampinos como telón de fondo.






viernes, 14 de septiembre de 2018

-“De aquí no pasamos, don Pedro…”

“De aquí no pasamos, don Pedro… " - exclamó el Cainejo cuando se toparon con el insuperable obstáculo rocoso que les impedía progresar por la chimenea y punto crucial que, de superarlo, les dispararía a cumbre y alcanzar así la gloria pero, de claudicar y no conseguirlo, no solo hubieran fracasado si no que se hubieran encontrado en un punto, seguramente, de no retorno. Un ímpetu y un arsenal de sangre fría que les hizo tomar la decisión suicida de salvar ese escalofriante paso más una buena dosis de buena suerte es todo lo que necesitaron estos chiflados para escribir la página más grande del montañismo en España.


Naranjo de Bulnes / Picu Urriellu (2519 m.)


En esta foto muestro la montaña quizá más amada por los montañeros que frecuentamos la Cordillera Cantábrica: el Naranjo de Bulnes. Este enorme torreón cilíndrico de 2519 metros tiene todos los elementos para ser reputada como la montaña más legendaria de España, pues el anecdotario fecundado en sus muros y las leyendas forjadas con sus escaladas es infinito. Pero me voy a centrar en narrar su primera ascensión, verificada en los albores del siglo XX, que fue tan heroica como emocionante y está considerada como la gran hazaña de nuestro montañismo; una aventura épica con la que nuestro país se bautizó en el alpinismo o, quizá sea mejor dicho, en la escalada de dificultad.


La última cima virgen

Los Picos de Europa fueron visitados en las postrimerías del siglo XIX muchas veces por expedicionarios franceses: geólogos y geógrafos que andaban cartografiando los macizos montañosos y que quedaron prendados ante la belleza de sus afiladas agujas y sus esbeltas torres. Como necesitaban coronar sus cumbres para realizar sus mediciones geodésicas fueron ellos los pioneros en realizar las primeras ascensiones, antes que los propios paisanos cabraliegos y cainejos, pastores que no tenían mayor interés en subir las peñas más que cuando había que rescatar la res perdida o enriscada.


Naranjo de Bulnes: caras Sur y Este


En el corazón del macizo central, en su vertiente asturiana, entre el conjunto de recios montes que llamaban en el país Los Urrieles, destacaba un bravío monolito calcáreo conocido como Picu Urriellu o sencillamente El Picu. Aquellos exploradores lo rodearon muchas veces buscando los recovecos por dónde hincarle el diente, pero sus contrafuertes lisos y verticales les hicieron desistir de escalarlo por estimarlo inexpugnable. Fue el hueso más duro de roer hasta que su cumbre fue desvirgada en 1904 por dos audaces y singulares personajes: un aristócrata asturiano loco por las alturas, Pedro Pidal; y Gregorio Pérez, su fiel guía, un cabrero del pueblo Valdeonés de Caín, apodado por ello Cainejo.

La jornada de la ascensión así como los días que la precedieron se conoce con muy pocas dudas cómo discurrieron, pues ambos protagonistas tuvieron el acierto de dejar sendas crónicas redactadas generosamente detalladas y con una esmerada y elegante prosa. Me llama especialmente la atención la del Cainejo, un humilde pastor, por la pulcritud de la narración. -¿Acaso fuera un escribano quien pasó el dictado a negro sobre blanco? – Quizá, pero en todo caso es lo de menos...

Con este preámbulo paso a relatar la gesta con mi voluntarioso verso, a ver si soy capaz de transmitir un poco de la fascinación que siento por esta asombrosa historia:


Un capricho, una chifladura.....

Don Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa, fue un aristócrata asturiano, Diputado a Cortes, descendiente de una influyente y acaudalada familia gijonesa y amigo de cacerías del rey Alfonso XIII que, lejos de llevar una vida plácida y acomodada, como correspondía a su pertenencia a la alta burguesía, sus inquietudes deportivas y aventureras y su vitalidad arrolladora hicieron que su mayor afán se repartiera entre la afición a la caza y la pasión por las montañas cantábricas. Las amó como nadie y así lo demostró, pues no cejó en el empeño de ver la Montaña de Covadonga declarada como Parque Nacional; el primero de España.


Pedro José Pidal y Bernaldo de Quirós, 
marqués de Villaviciosa (1870-1941)


Pidal sabía que el Conde de Saint Saud, geólogo francés y consumado pireneísta que exploró en varias ocasiones los Picos de Europa, venía completando las primeras ascensiones de las torres más importantes de los tres macizos: la Santa de Castilla, Peña Vieja, el Llambrión y la mayor de todas, la del Cerredo, e intuía que la ascensión al Naranjo sería resuelta más pronto que tarde. Los conocimientos técnicos de escalada de estos científicos franceses eran superiores a los de los españoles donde esta actividad era novedosa y apenas practicada, no en vano aquéllos venían de batirse el cobre en las recias cumbres alpinas y pirenaicas.


El marqués barruntó que Saint Saud le venía pisando los pies en su aspiración de ser el primero en tocar su cima y también, por lo visto, un grupo de montañeros ingleses que andaban en las mismas. El que un extranjero fuera quien coronara la última cima virgen e hiciera ondear una bandera que no fuera la rojigualda le debía poco menos que revolver las tripas. Poco a poco, el capricho de escalar el Naranjo se fue transformando en su cabeza en propósito: tenía claro que tenía que intentarlo, arriesgar y llegar más lejos que sus contrincantes fracasados para que su acto empezara a ser meritorio. Fue tal la obsesión de conquistar el Picu que lo convirtió en su chifladura. 



El grandioso anfiteatro que corona la cara Sur

Así que, rebosante de ambición y moral e imbuido de un patriotismo exacerbado, se puso manos a la obra y se lanzó a la loca empresa de cumplir ese sueño. Lo que cualquier otro lo hubiera tomado por pura quimera el marqués lo veía viable y en pro de ello no escatimó esfuerzo ni dineros, también es verdad que a nuestro excéntrico personaje le sobraba tiempo en qué entretenerse y plata que gastar, pues manco precisamente no andaba.

Lo primero que iba a necesitar era contar con una cuerda resistente pero tan ligera que pudiera ser portada por una persona con comodidad por las peñas, así que viajó a Londres para comprar la mejor, una de cáñamo de las que se venían utilizando por los montañeros de Europa y seguidamente se desplazó a Chamonix, el pueblo de los Alpes donde se cocía todas las novedades de la escalada de dificultad donde se entrenó en el manejo de la cuerda y en otras técnicas alpinas. Regresó a España con sus lecciones aprendidas en el granito alpino, repleto de coraje para afrontar el reto. Por último, Pidal, aprovechando un viaje a Madrid, adquirió en un modesto comercio unas alpargatas de esparto, siguiendo las recomendaciones de otros escaladores como el calzado más idóneo para tratar la adherencia en la roca caliza.



La alianza

Arrancaba el mes de agosto de 1904 cuando Pidal, ya en Asturias, se trasladó a la montaña y ordenó dar aviso a Gregorio Pérez “el Cainejo” para que se reuniera con él en la Vega de Ario con la idea de acometer la ascensión al Picu tal y como habían acordado el verano pasado. Gregorio era la persona idónea: un hombre de su confianza, adaptado al terreno por su condición de cabrero y cazador de rebecos, y además estaba bregado en otras ascensiones difíciles, por ejemplo, doce años antes y en solitario había logrado la apertura de la Canal Estrecha a la Torre Santa, el otro coloso.


Gregorio Pérez Demaría "el Cainejo" (1853-1913)


El Cainejo, imagino que cuando el marqués desempolvó el proyecto y le recordó su intención, tendría que tragar tres veces saliva, pues él sabía mejor que nadie que el Picu era inaccesible por ninguna de sus caras, no solo para el hombre sino aun para los rebecos, y eso ya era mucho decir.... Pero Don Pedro supo buscarle las cosquillas e inocularle el veneno de la gloria de ser los primeros en tocar su cumbre. Gregorio, tal vez no quiso contrariar al persuasivo señorón o no quiso defraudarle; o tal vez compartía el mismo anhelo y no necesitó de más convencimientos; no en vano el Cainejo era conocido como “el atrevíu”. El caso es que aceptó de buen grado acompañar a don Pedro en la aventura y así forjaron una inquebrantable alianza de cariz quijotesco.


La víspera: jornada de reflexión

Decía que se reunieron en la majada de Vega de Ario y, sin más demora y para ir calentando músculos, determinaron subir dos montañones en el día: primero la Torre de Santa María de Enol y de seguido, tras descender hasta el Jou Santo, la enorme hoya que separa ambas montañas, la otra Torre Santa, la de Castilla, ya conocida por el Cainejo unos cuantos años antes, en cuya canal, por su mayor dificultad, tuvieron ocasión de probar el encuerde de a dos. No había más tiempo que perder y se lanzaron al objetivo principal. Durmieron en las cabañas de Vega de Ario de nuevo y de madrugada descendieron por Ostón a la garganta del Cares, tajo profundo que corta la cordillera de Picos y separa los dos macizos. A esta brava gente el mal terreno y los fuertes desniveles no les hacía mucha mella.

Salvado el río remontaron por la falda del inacabable Monte Llué, ya en Los Urrieles, como llaman los asturianos a esa parte del Macizo Central, hasta la canal de Camburero, en la ruta normal en aquella época para acceder al Naranjo. Como esa canal está hundida no se podía divisar el Picu, así que tuvieron que subir a un cerro vecino para escudriñar con los anteojos toda su fachada norte la cual pensaron que era las más vulnerable de las cuatro y la única que les podía ofrecer alguna vía que les diera la posibilidad, aunque remota, de progresar. 

Gregorio y Pedro veían su mejor terreno en la roca arrugada y accidentada de esta cara antes que las placas esmeriladas de las otras vertientes de las que recelaban. Por eso la fachada sur, mucho más sencilla, pasó desapercibida a los ojos del marqués, porque él solo veía placas lisas y no intuyó que los canalizos verticales que las surcan, como tubos de órgano, eliminan en parte el inconveniente de la falta de adherencia. Así que dieron por bueno aquel terreno peleón y agreste de dicha pared. Una vez esbozado el plan bajaron a las cabañas de la majada de Camburero para dormir esa víspera.





La imponente cara Oeste del Naranjo. Quizá su inmenso
frontón anaranjado sea lo que le haya bautizado con ese nombre


Una hazaña sin precedentes...

En la madrugada del 5 de agosto aún esperaron un rato a un tercer componente de la cordada, Inocencio, un vecino de Bulnes, quien no se presentó seguramente porque el aviso no le llegó a tiempo, así que, desestimada su recluta, se encaminaron hacia la peña. Ya en las inmediaciones, subieron a una morra que les ofrecía una perfecta vista de la pared para volver a escrutar más de cerca el terreno y trazar un plan definitivo. 

El perspicaz marqués supo interpretar el descomunal frontón que tenía delante de sus ojos y atinó a reconocer una vena en la pared: desde la base de la montaña, encima de un derrubio de piedras, averiguó una traviesa conformada por arriesgadas cejas y terrazas que poco a poco iban ganando altura y con una clara traslación de izquierda a derecha hasta un rellano. Desde ahí advirtió un terreno más amable que les conduciría hasta un hombro donde nacía una enorme grieta vertical que tajaba toda la pared hasta casi la cumbre. Si conseguían alcanzar esa chimenea veían claras posibilidades de vencer el muro. El primer tercio de la grieta lo veían factible pero ya no podían imaginar cómo estaría en su tramo superior si no era presentándose allí y metiéndose en ella. Sospechaba, asimismo, que salvada esta dificultad el acceso a la cumbre sería coser y cantar. Estos insensatos tenían una fe ciega en sus fuerzas, en su afán y en la cuerda.

Una vez pergeñado el plan de ataque se aproximaron a la base del Picu, almorzaron y dejaron los morrales a pie de de obra para subir así lo más ligeros posible (esto sí que fue un gran acierto, pues portaron poco más que la cuerda y los anteojos) y comenzaron la escalada. Los primeros riscos ya les presentaron batalla que fueron obviando de una forma tan eficiente como temeraria: ambos se encordaron a la cintura y el Cainejo, mejor escalador, siempre yendo en vanguardia y a pie descalzo para ganar adherencia, trepaba con agilidad hasta un descanso seguro donde poder afianzarse para recuperar con la cuerda a Pedro. 

Sabían que el fallo de cualquiera de ellos y en una eventual caída el otro no podría aguantar el tirón e irremediablemente uno arrastraría al otro. Unieron ambos destinos, pero el caso es que yendo amarrados se sintieron más protegidos y así mitigaron el miedo al eventual tirón en caso de caída. En los tramos más difíciles, era Pedro el que le servía de escalera al Cainejo y con sus puños fuertemente cerrados, luego el hombro y por último la cabeza le fue sirviendo buenos peldaños en los resaltes de la roca.


Cara Norte del Picu partida a la mitad por la chimenea

Por fin llegaron a la larga chimenea. El magnífico y soleado día se fue entornando y la niebla, nada rara en Picos, fue cubriendo el valle y trepando en jirones por la falda de la montaña. Lejos de causarles estrago les favoreció ya que la falta de visibilidad les evitó pasar el mal rato de soportar la impresión y tensión que produce mirar el precipicio que iban dejando bajo sus pies. Una vez en la grieta se sintieron como pez en el agua, ahincaron el cuerpo dentro de ella y fueron reptando con las piernas, espalda y brazos en contraposición por sus tabiques verticales. Gregorio tenía la facultad de adherirse a la roca como si sus pies descalzos tuvieran ventosas y fue rápidamente ganando metros y metros. Nuestros héroes estaban en plena excitación: ya habían salvado más de media montaña y por ello se encontraban rebosantes de ánimo pero angustiados por la incertidumbre de saber lo que les depararía el resto de la chimenea.

La fina neblina les hacía transitar por un terreno casi invisible y el silencio sepulcral completaba ese escenario siniestro. Inesperadamente una prominencia en la roca que bautizaron como "panza de burra" les cerró el paso. No había por dónde sortear ese tapón y las aspiraciones empezaron a desvanecerse. El Cainejo exclamó: -"De aquí no pasamos, don Pedro...”. El perseverante y tenaz marqués debió acariciar toda la roca que tenía a su alcance en busca de una laja que le sirviera de agarradero pero, cuando ya lo daban todo por perdido y se disponían a jugársela en un escape suicida por ese despeñadero, de repente dio con un asidero providencial que le permitió corregir su postura, ganar un poco de altura y facilitar a su compañero un paso de hombro, otro con la cabeza y auparle hasta que alcanzó unas presas. Fue una huida hacia arriba. El Cainejo se asió fuertemente a ellas, a pulso fue elevando su cuerpo, gateando, hasta una repisa segura por encima de ese estorbo extra plomado. 


Cara Norte y vía de ascensión (actualmente llamada 
Vía Pidal-Cainejo en homenaje a los dos pioneros)


Luego no tuvo más que remontar a Pedro con la cuerda y a partir de ahí cobraron renovado ánimo ya que el rigor la chimenea empezaba a atenuarse, aunque tuvieron que hacer frente a una segunda panza que resolvieron con las mismas artes. Las piedras sueltas que la cuerda iba removiendo rugían al caer al vacío. A pesar del pavor que tuvieron que sentir, a estos intrépidos ya nada les podía detener; ya se sabían a mucha altitud y olían la cercanía de la cumbre. Agotada la eterna chimenea salieron por fin a un embudo de piedra suelta desde donde se atisbaba la cumbre. No me imagino el gozo que debieron sentir. Pedro se desencordó y corrió ebrio de alegría hacia la cima. El Naranjo de Bulnes había sido conquistado a la una y cuarto de la tarde.

Nuestros dos héroes, exultantes de gloria, olvidaron por un momento las penurias que habían pasado y las que habían de pasar, pues aún debían afrontar el descenso, y se solazaron, absortos, con todo ese paraíso pétreo que la cima del Picu les regalaba: agujas, neveros perpetuos, pasos y collados por donde habían pasado decenas de veces; y riscos y tiros que conocían al dedillo como apostaderos de caza. 



vista desde la cumbre del Picu: la pinturera brecha
 en "V", entre sol y sombra, que llaman Collada Bonita
 

Por fin, advertidos del paso del tiempo, tuvieron que apurarse para bajar, pero no quisieron abandonar la cumbre sin dejar testigo de la proeza: entre ambos apilaron piedras y levantaron tres torretas de la altura de un hombre para que pudieran ser vistas desde abajo. Ahora sí, y con gran pesadumbre, se despidieron de la cumbre y volvieron sobre sus pasos para entrar en la chimenea y regresar por la misma ruta que de subida.

Para acometer el destrepe de la grieta lo resolvieron de la siguiente forma: esta vez sería don Pedro quien iría delante para ser deslizado con la cuerda por su compañero hasta un punto firme donde pudiera armarle la escalera humana y recibirle con sus puños, hombro y cabeza. El mínimo fallo en una mala pisada y la tragedia estaría servida; no había lugar para el error. Hubo un tramo de chimenea que Gregorio no podía descender, pero Pedro, previamente descolgado, acertó una vez más con la solución: conminó al Cainejo a lacear un pedrusco, encastrarlo en la fisura y dar unos buenos tirones para comprobar que quedaba bien fija. 

Una vez que se aseguró que esta roca no cedería bajó agarrándose fuerte a la cuerda y descendiendo a pulso hasta la terraza donde le aguardaba Pidal  -¿Quizá haya sido ésta la primera técnica alpina empleada en España; la de introducir un rudimentario empotrador? Es posible.... Como ya no pudieron recuperar la cuerda al encontrarse anudada tuvieron que cortarla y dejar allí perdido un buen trozo.

Ahora llegaba el momento de destrepar la maldita panza de burra. Nuevamente a Pidal se le encendió la bombilla y atinó con el remedio: pidió a Gregorio que buscara un saliente de roca por donde pasar la cuerda y, para no tener que anudar y perder otro trozo de la ya diezmada cuerda, le instó a descolgarse de los dos ramales mientras Pidal, ya descendido, la mantendría tensa de ambos cabos -¿Acaso esta elemental y peligrosa técnica no es una suerte de incipiente rápel? Sin duda estas mañas las tuvo que ver o aprender en su escalada a la aguja del Dru, en su visita a Chamonix.

Poco a poco fueron sorteando el resto de obstáculos hasta abandonar la fisura. Hoy la suerte estaba echada del lado de ellos. Pero aún les quedaba una enorme dificultad: el acceso desde la base de la montaña hasta la chimenea la hicieron por una vira estrecha, inclinada y pulida que necesariamente debían encontrar para salir de ese laberinto de muros y no acertaban a dar con ella. La noche se echaba encima y ya presagiaban que tendrían que pasar la noche en la pared, amarrados de cualquier forma a alguna roca para no caer despeñados en caso de que el sueño les venciera y les hiciera perder el equilibrio, pero esta vez fue el Cainejo quien dio con la solución encontrando, tras un buen rato de búsqueda, con la entrada de esa escondida traviesa pulida e inclinada gracias a un excremento de vencejo que vio a la mañana. La intuición y pericia montañera de Gregorio hacía que recordara todos los detalles por donde pasaba. De nuevo en la ruta y después de todo lo sufrido, el cruzar esa arriesgada vira lisa, fiándose de la adherencia de sus pies y alpargatas, les debió parecer una menudencia y así pudieron vencer el último estorbo que les ofrecía el Picu.


Foto de familia de Los Urrieles con el Picu en el centro de la imagen

El germen del alpinismo en España

La aventura había terminado, eran pasadas las siete de la tarde y pronto comenzaría a anochecer. Besaron la cuerda que les había dado la llave del éxito, agarraron los morrales y engulleron unos chorizos al vuelo mientras iban escapando de la temible peña que acababan de encumbrar. En la fuente que les cogía de paso dieron unos buenos tragos de agua y devoraron el resto de víveres que les quedaba: unos chorizos y unas conservas enlatadas. Rápidamente enfilaron hacia la Canal de Camburero donde les agarró la noche. Anduvieron perdidos por la enorme pedriza, extenuados, gritando por si alguien les oía, hasta que una pastora que andaba recogiendo las cabras fue quien se percató del despiste de los dos héroes y ya les voceó para dirigirles a la majada. 


Eran las once de la noche cuando entraron en la cabaña. Saciaron la sed y el hambre con tazones de leche de cabra y al amor de la lumbre relataron la fantástica aventura a los pastores que boquiabiertos no daban crédito a lo que oían. Luego durmieron como lirones, extenuados, pero henchidos de gloria. Habían sido conscientes de la enorme gesta que venían de lograr, pero no de la página que acababan de escribir para la historia de nuestro montañismo y solo el destino y el azar caprichoso quiso que nuestros dos locuelos regresaran sanos y salvos.

mi foto de cumbre: con mis compañeros Rafa y Javi, y la Santina...











Vista desde la Vega de Urriellu, al pie del Picu:
la sierra de Cuera emergiendo entre el mar de nubes