lunes, 15 de abril de 2024

El Peñón de Vélez de la Gomera: un baluarte olvidado


El Peñón de Vélez de la Gomera



    España posee un territorio en la costa marroquí singular: diminuto en extensión, poco más que la que suman un par de campos de fútbol; escarpado, agreste y yermo; aislado y remoto, a 120 kilómetros de distancia tanto desde Melilla como desde Ceuta y del que pocos españoles saben de su existencia, quizá porque allí no se nos ha perdido nada, pero que es nuestro desde hace cinco siglos, al fin y al cabo.


    Es un vestigio histórico bastante chocante que hubiera pasado desapercibido si no fuera por lo característico de su frontera que separa (o une) con el Reino de Marruecos. Sin embargo, por su anecdotario y por todas las vicisitudes por las que han tenido que pasar sus moradores a lo largo de los siglos, debería ser suficiente para que, al menos, supiéramos un poco más de ese trocito de España.


    El peñón de Vélez de la Gomera, una preciosa y abrupta roca calcárea, fue mandado ocupar, casi por obligación, por los Reyes Católicos para tener a raya a los corsarios berberiscos que tanto molestaban a la navegación por el Mar de Alborán y por el Estrecho, los cuales se sabía que se guarecían en la ciudad de Badis, cercana base corsaria junto a la costa. Hubo mucho esfuerzo que emplear para diezmar la fuerte resistencia rifeña y no fue hasta el reinado de Felipe II, quien tuvo que desplegar un gran contingente de navíos de guerra, cuando se afianzó la anexión del Peñón, conformándose sus almirantes con la ocupación del islote ante la imposibilidad de conquistar la ciudad. Pero consiguieron el objetivo de establecer un baluarte defendido por una guarnición permanente que vigilara el pirateo.


        Desde entonces, ante su exposición y vulnerabilidad, pues no distaba más que unos cientos de metros de la costa, el Peñón ha tenido que ser defendido con uñas y dientes ante el pertinaz hostigamiento a lo largo de los siglos de los belicosos rifeños. Además, los inquilinos de por aquel entonces, andaluces mayormente y, entre ellos, malagueños especialmente: militares y funcionarios, su servidumbre y algunos esclavos, presos y convictos tuvieron que sufrir todo tipo de trabas y dificultades: soldadas que llegaban con retardo; epidemias y enfermedades como el cólera y el escorbuto provocadas por la escasez de provisiones y la inexistencia de agua; ahogamientos por culpa de las tempestades en sus salidas temerarias al mar en busca de pesca, agua y alimentos, a veces robadas en las aldeas ribereñas. Otras veces, la desesperación se manifestó en huidas y deserciones a territorio enemigo, pero el contingente nunca se doblegó ante tantas penurias y siempre permaneció firme en la fortificación.


    Aun con tanto inconveniente, Vélez de la Gomera se organizó para que allí no faltara iglesia abierta al culto, un par de tabernas, aljibes, almacenes, cementerio y una exigua aldea que alojara las cuatrocientas almas de sus mejores tiempos. Actualmente sus habitantes son un retén del Cuerpo de Regulares.


    Pero la curiosidad que les quería contar acerca de su frontera, por la cual se ha empezado a conocer el Peñón en el mundo, es la siguiente. Resulta que en 1930 hubo en la región un fuerte terremoto (recordemos que estamos en el punto donde friccionan las dos grandes placas tectónicas: la africana y la euroasiática) que reconfiguró las mareas y corrientes de agua provocando una acumulación de arena entre el islote y la playa de la orilla de enfrente, hasta el punto que han quedado unidas por un istmo de arena o tómbolo, perdiendo el Peñón su calificación de isla. Ambas naciones han tenido que establecer su frontera en la mitad del istmo resultando en ese punto una anchura de 85 metros, lo que constituye, sin buscarlo ni quererlo, la frontera más chica del mundo; una cuerda que atraviesa ese ancho señala los límites de cada país, y aunque no se puede visitar el Peñón, pues no hay paso fronterizo constituido, los pescadores marroquís son los que habitualmente transitan por esa barra de arena.
    

    Estos últimos años el Peñón goza de un momento de tranquilidad y ojalá que siga así, con placentera existencia entre lo mejor de ambos países y una deseada larga vida en paz.



Panorámica del Peñón, su istmo, la playa de Badis y los dos imponentes montes que lo escoltan: "Saf Bakacem" y "Saf Oufadar".