lunes, 11 de julio de 2022

El embalse de Riaño: crónica de un disparate

    Eran las nueve de la mañana del día de San Fermín de 1987 cuando un estruendo se esparció por el valle. Un par de horas antes las campanas de la torre habían repiqueteado, como todas las mañanas de ese verano, para alertar de la inminente llegada de las máquinas excavadoras, camiones y Guardia Civil. Unos segundos después de la detonación la iglesia se desplomaba con estrépito y desaparecía entre la polvareda. Riaño, con ello, recibió el rejo de muerte pues el resto de sus casas, así como las de los pueblos contiguos, eran ya puro escombro desde hacía unas semanas. Ya no quedaba ningún tejado donde encaramarse para continuar la protesta, para expresar la profunda desazón. La lucha que los vecinos habían mantenido con denuedo había fracasado.


    El embalse de Riaño fue un proyecto que nació obsoleto. Ideado a finales del siglo XIX, diseñado en el período republicano, retomado con pocas variaciones por el Ministerio franquista y ejecutado por el gobierno socialista, era continuador de una tradición constructora de grandes embalses que en el último cuarto del siglo XX resultaba caduca. En la actualidad sería impensable por la atrocidad que supuso, no solo paisajística si no también humana: cerca de mil casas fueron derribadas y cientos de vecinos desalojados;  siete pueblos resultaron anegados completamente y otros dos lo fueron parcialmente. A mayores, el imponderable daño moral que tuvo que sufrir cada alma al verse expulsado de su casa, de sus tierras; despojado de sus pertenencias y animales, de sus formas de vida, de sus recuerdos….


    Un par de décadas antes, en 1965, el gobierno de Franco levantó el muro de hormigón de la presa pero las obras se ralentizaron hasta el punto de detenerse con la llegada del nuevo sistema constitucional. El proyecto parecía caer en el olvido y quizá los vecinos pudieron pensar que en ese punto permanecería estancado, pero el fantasma del embalse estaba ahí, solo estaba dormido. Cuando el gobierno socialista decidió retomar la obra, los riañeses pronto advirtieron que iban a ser los convidados de piedra en el asunto. Creyeron inocentemente que con la recién estrenada democracia sus voces serían escuchadas, sin embargo, el futuro del valle se iba a cocinar en los despachos de unos políticos que estaban a cientos de kilómetros. Las gentes del poder y con poder tenían puesto el ojo en esas fértiles vegas rodeadas de escarpadas montañas de Valdeburón y Tierra de la Reina, regadas generosamente por arroyos y riegas tributarios del río Esla, como idóneas para almacenar gran cantidad de agua.


    Alguien despertó al ogro. Lo tuvieron fácil. No hubo más que recurrir al irrebatible argumento de la creación de riqueza, esta vez en forma de aumento de la superficie de regadío que favorecería nuevos y provechosos cultivos en el mar de cebada, para tumbar cualquier reticencia. El influyente sector agrícola de las comarcas de la Tierra Llana, ante la esperanza de verse favorecidos por ese maná caído del cielo y animado por las novedades en materia agraria que se abrían desde la CEE con la transformación de grandes áreas regables, presionaba con vehemencia a la Administración. Aquel razonamiento, el de la creación de nuevos regadíos, fue el pretexto amable que le permitió al Gobierno tirar para adelante. Sin embargo, el principal objeto fue el de garantizar el caudal suficiente para alimentar las presas generadoras de energía hidroeléctrica del río Duero. En el fondo, los agricultores y algunos políticos autonómicos y provinciales hicieron el caldo gordo a las empresas hidroeléctricas, las cuales, apremiando a escondidas y de tapadillo, no tuvieron que exponerse a las críticas de la opinión pública. La prueba de tal aseveración fue que tales programas de nuevos regadíos no se aplicaron hasta muchos años después.


    Por fin, el ensoberbecido Ministro de Obras Públicas Sáenz de Cosculluela, sin atender otros planes alternativos, y con la artimaña de motivar la construcción del embalse como “de interés general”, ordenó ocupar militarmente el valle para rematar las obras pendientes. Me irrita sobremanera el que haya sido el Gobierno del Presidente González quien diera el empujón definitivo, sin hacer caso a la voz de la comarca, desoyendo otras consideraciones y rindiéndose al poderoso sector energético. Aquellos prebostes socialistas que pocos años antes, durante la Transición, aclamaron la lucha popular para auparse en el poder, la aniquilaron cuando se la plantó la gente riañesa y otros colectivos, actuando perversamente ya que se procedió con presteza al llenado del embalse el último día de diciembre de aquel 1987 a sabiendas de que al día siguiente, primero de enero, entraría en vigor normativa medioambiental europea que seguramente hubiera evitado el desatino.

    Todos los otoños, cuando merma la lámina del agua del embalse, exangüe después de haber amamantado durante el estío al secarral meseteño, veo con tristeza aflorar sobre el lodo el puente de piedra que permitía el acceso a Pedrosa. Un bello puente medieval que las excavadoras acaso olvidaron derribar para no dejar testigo alguno de la ignominia y que aún permanece en pie, languideciente, para escarnio de unos administradores infames. 



Puente medieval de Pedrosa del Rey