viernes, 26 de enero de 2018

El pinar de Valsaín



El paisaje que vemos a nuestro alrededor nos viene dado por la orografía, por el clima de la región y también por el trato que le hayan dado sus moradores a lo largo del tiempo. Empiezo así esta narración con la mente puesta en el adusto y triste paisaje que me rodea. La Meseta ha destinado casi todo el territorio a la agricultura. Hace muchos siglos se roturaron las matas de encina, quejigo y roble y apenas las menguadas zonas de monte han quedado como terreno libre donde han podido pervivir arbustos, matorrales y un puñado de árboles. Me sorprende ver el poco aprecio que se tiene  en este país a los árboles; nadie los planta y a muchos molesta su presencia: fíjense que no exagero pues se han talado todos los que jalonaban las cunetas de nuestras carreteras, los que medraban al amor de acequias de riego y regatos y los que consiguieron hacerse un hueco en las lindes de las propiedades. 


Como consecuencia de haber dejado la llanura de Castilla como un solar nos viene lo que tenemos: una tierra yerma, desértica, casi sin vida, porque es sabido que el agua solo visita las montañas y los bosques, al fin y al cabo lugares generadores de vapor de agua y por ende de las nubes. Y es sabido que en donde la naturaleza es menospreciada y maltratada no podemos esperar de ella compasión o generosidad. Con esta reflexión obvia y que no les cuento nada que no sepan me sirve para enfatizar la importancia de mantener los bosques.


Las masas forestales están ubicados en esta región, por tanto, en la orla montañosa que circunda la meseta: hayedos y robledales en las faldas de la Cordillera Cantábrica; pinares en las sierras de la Ibérica como son La Demanda y Urbión y en la cadena montañosa Central como son Ayllón, Somosierra y Guadarrama; y los encinares, muchos de ellos adehesados, en el confín del padre Duero donde hace raya con Portugal.


Y poco a poco me voy acercando a presentarles un lugar donde voy con cierta frecuencia, máxime desde que se ha construido el autovía llamado de Pinares que une Valladolid y Segovia, con lo que se me ha acortado la duración del trayecto desde Palencia a la Sierra de Guadarrama, y gracias a mis buenas amigas montañeras segovianas quienes me han enseñado sus senderos y veredas: Fonfría, Siete Picos, La Camorca y Peña Citores es toponimia que para mí ya es reconocida de sobra. Les estoy hablando del soberbio pinar de Valsaín. Y les voy contando someramente, al hilo de lo que anunciaba en la presentación del relato, algunos retazos de su devenir histórico porque al fin y a la postre es lo que ha conformado el magnífico estado de conservación del paisaje que vemos al día de hoy. 









El pinar de Valsaín se halla en la vertiente norte de la Sierra de Guadarrama (algunos se empeñan en llamar, con gran regocijo y aplauso ante el bautismo con el nuevo nombre, como Sierra de Madrid; y es que a los políticos les encanta que en los nombres de los lugares se haga referencia a su demarcación ejecutiva) y ve nacer el río Eresma, ese río que todos conocen en sus visitas a la bella Segovia y que como una serpiente va enroscando los cantiles donde se alza su magnífico casco histórico. Es tan formidable este pinar que siempre ha captado la atención del hombre a lo largo de los siglos. No en vano la construcción del acueducto de Segovia solo fue posible por la disponibilidad de ingentes cantidades de madera que necesitaron para el andamiaje, así como la construcción de los grandes palacios reales españoles que, si bien tuvieron que estar cercanos a la Corte (El Escorial, Palacio Real, Riofrío, La Granja de San Ildefonso,...), no se hubieran podido haber erigido si no hubiera habido esta masa forestal, la cual proveyó de toda la madera necesaria. 


La tala indiscriminada ha sido siempre su principal amenaza. La madera fue codiciada como material con que hacer vigas y andamios, pero también como combustible para enrojar los hornos de la fábrica de cristales de La Granja, por ejemplo. El diente del ganado, caprino sobre todo, también diezmó la superficie forestal.


Los otros personajes que se fijaron en el pinar fueron nuestros reyes, que de siempre han mostrado una desmesurada afición venatoria: los Trastámara de Castilla, sus sucesores Habsburgo y, por último, los Borbones han frecuentado estos parajes en busca de venados, jabalís y, al menos en tiempos pretéritos, osos como ejemplar de caza excepcional. Y con ese fin de disfrute de recreo y descanso ordenaron edificar palacetes y casonas de verano. Y mal no vino el que fuera así ya que el monarca Carlos III, ante el deterioro paulatino del bosque debido a las talas, y ante el peligro de quedarse sin piezas que cobrarse en sus habituales monterías, compró grandes extensiones de monte en favor de la casa real lo que al cabo fue su salvación. Al menos las concesiones de aprovechamiento de leña y pastoreo que correspondían a la Comunidad de Villa y Tierra de Segovia desde el medievo fueron respetados, eso sí y por fin, con restricciones rigurosas. 


Pocos decenios después, ya en el siglo XIX, el peligro para el pinar acechaba de nuevo ya que varios lotes fueron desamortizados en virtud de la fatídica Ley del Ministro Mendizábal por la cual pasaron de unas "manos muertas" a otras más muertas aún,como eran las de algunos grandes terranientes y ricos burgueses quienes fueron los únicos que pudieron adquirir esas amplias porciones de monte. Pero éstos no tenían otro interés que la obtención de dinero rápido y fácil a través de la venta de cantidades exorbitantes de madera obtenidas de las talas "a matarrasa" que se dice. Una segunda desamortización y más dañina aún, tuvo lugar con el ministro Madoz con cuya ley se facilitó el acceso de más expoliadores (ahora fueron amigotes del General Serrano, a la sazón Regente del Reino) a otras zonas aledañas del pinar, donde el rebollar y melojar se hacían hueco en donde no había pino. Y no me digan que esta forma de actuar, como es la de conseguir dinero rápido y fácil, sin importar el menoscabo que produce en el territorio, no les suena... Me refiero a la gran similitud con lo que hemos convenido en denominar  "economía del ladrillo" y  "pelotazos inmobiliarios" gracias a los cuales Ayuntamientos y particulares han embolsado "parné" a espuertas... En esta España incorregible hay prácticas que nunca cambian y me temo que nunca cambiarán....





Pero no nos desviemos y sigamos avanzando en el tiempo. El caso es que gracias a la acción denunciatoria de esas ventas ilegales a cargo del ilustre benefactor, el ingeniero de Montes Don Roque León del Rivero pudieron revertir la propiedad de todas esas enormes matas de pino a la Corona y ya para siempre al dominio público. Con la Segunda República pasó de la Corona al Patrimonio del Estado quien definitivamente ostenta la propiedad y es responsable de su custodia y vigilancia. 


Mientras tanto los gabarreros, como así se les conoce en la comarca a los paisanos que trabajan en el monte, cortando y sacando la madera con caballerías y carros (actualmente con medios mecánicos) para su venta, fueron perfeccionando el sistema de aprovechamiento sin menoscabar un ápice la calidad de la foresta, pues solo cortan los pinos de más porte por viejos, escogidos uno a uno, de tal forma que con ese sistema de aclaramiento de la fronda, entra luz al suelo, calentándolo y permitiendo una óptima germinación del piñón. Luego, de todos los regualdos nacidos se hace un desbroce para que solo medren los elegidos, de tal forma que al cabo de unos años se haya renovado toda la arboleda. A resultas de estas buenas prácticas postreras, del último siglo y medio, el bosque fue recuperándose. 


Retomando el hilo de la introducción de la narración, nos hallamos ante uno de los más importantes y hermosos bosques de pino silvestre de España. Pero su interés no está solo en el deleite visual. El pinar y la sierra entera es un ecosistema único que alberga una gran cantidad de flora y fauna, algunos endemismos, y confiere un inestimable reservorio de agua y oxígeno. Madrid, que funciona como un enorme país dentro de un país, empieza a los pocos kilómetros pues nada más tocar los primeros pueblos serranos del sur: Cercedilla, Rascafría, Navacerrada, Manzanares,.... el territorio está totalmente humanizado y urbanizado hasta Aranjuez, ciudad que da paso a otra estepa, la manchega. Es decir, desde Guadarrama hacia el sur ya no disponemos de más bosques hasta rebasar Sierra Morena para encontrarnos con los alcornocales andaluces. Madrid, como gran urbe, presenta graves problemas de contaminación del aire, pero creo que sería absolutamente inhabitable si no hubiera tan cerquita el gran pulmón guadarramero. 






Poco a poco los administradores de lo público, con gran reticencia, también hay que decirlo, les ha entrado en la mollera la importancia de conservar en las mejores condiciones el monte y el bosque y hace pocos años por fin se ha concedido a la sierra la máxima figura de protección ambiental que tenemos en este país. El Parque Nacional de Guadarrama es el último parque que se ha consituido en España y esperemos que este galardón sea una herramienta para su custodia y salvaguarda y no un mero reclamo turístico. Les animo a que visiten el magnífico pinar de Valsaín y todo Guadarrama, eso sí, pasen de puntillas... Muchos parajes de la sierra no soportan ya más presencia turística.