"El Martirio de San Sebastián" (Doménikos Theotokópoulos-El Greco- hacia 1577-1580)
Museo catedralicio - Palencia |
La catedral de Palencia es una de las más importantes de España aunque tal hecho quede un tanto eclipsado por la cercanía de dos templos absolutamente hermosos como son las catedrales vecinas de León y de Burgos. En todo caso las tres nos muestran todo el esplendor del gótico.
Cuando acudo a la seo palentina, generalmente para acompañar
a las amistades que tienen a bien visitarme, el lugar donde más me entretengo
es en la antesala del salón capitular para contemplar un cuadro fascinante: “El
martirio de San Sebastián” de El Greco, el cual se custodia en esta catedral
gracias a una donación que alguna familia otorgó al Cabildo, seguramente para
compensar algún favor recibido. Muy agradecidos tuvieron que estar para
desprenderse de un Greco, desde luego… Máxime cuando éste ya era un pintor
reconocido y, aunque estaba recién llegado a España desde su Creta natal para
fomentar su carrera artística, su fama ya se había esparcido por el Imperio
filipino.
A los pies del gran cuadro me presento, el primer minuto lo
empleo en recrearme con la inmensa belleza de esta pintura y luego de ese
instante, paso a pormenorizar la tabla. Miro y remiro la escena escrutando
todos los detalles: -Qué bonita es la firma del pintor en letras capitales
griegas “DOMÉNIKOS THEOTOKÓPOULOS É POÍEI”, la cual no quiso que pasara desapercibida
otorgándola un lugar preeminente, debajo de la rodilla del santo y no en una
esquinita como era lo habitual.
Enseguida se averigua lo que Doménikos nos relata:
el martirio de este centurión romano devenido cristiano, para disgusto del
emperador Diocleciano, al cual ordenó asaetar por disidente, en el fondo le traía al pairo
al pintor cretense.
Aprovechó, no obstante, tal encargo para lucirse con un
desnudo masculino que era lo que más jugosidad plástica y estética le podía
reportar. Pero pintar un cuerpo desnudo en la época del severo Felipe II sin
venir revestido de un halo de religiosidad, no lo hubiera podido realizar ni en sueños. Así que vio el encargo como la excusa perfecta para ejecutar
el desnudo. Y contada así la película, como atroz martirio, coló de buen grado
no solo ante el mandatario del encargo, si no también ante los ojos del sombrío
clero, ya que al fin y al cabo eran las capillas de las iglesias las
depositarias de las obras artísticas. O quizá, y eso pienso yo, que era la tácita
forma convenida por todos para solazarse con la contemplación de los bellos
cuerpos desnudos masculinos sin que la moral, la casta moral, se viera
afectada. Pintar un hombre desnudo sería inimaginable (menos aún el de una
mujer), pero sí era posible el de un santo desnudo.
Para probar que esta percepción que barrunto, de que lo que
quiso dibujar el Greco más que un martirio, era representar la belleza
masculina, no hay más que fijarse en la escena:
Curiosamente el martirio de San Sebastián poco tiene de
cruento. Tan solo una flecha de las tres lanzadas le alcanza el costado. Sus
verdugos no se ensañaron mucho con él, quizá porque hasta hace poco ese
centurión había sido su capitán, o poco tino tuvieron... A pesar de que la única flecha que ha hecho
diana se ha hincado en el torso con fuerza, casi tanta como la que ha
atravesado la rama, aquélla apenas le hiere a juzgar por el exiguo borbotón de
sangre que sale de ese insignificante rasguño. El Santo no se queja, no expresa
dolor alguno, incluso parece admitir y desear ese dulce martirio; tan solo
podemos intuir que estamos en un pasaje religioso porque el protagonista ha
dirigido su mirada al cielo. Pero la escena no nos desvela el desenlace como
corresponde a un episodio del martirologio cristiano, quizá porque pretendió
narrar de esta forma que San Sebastián no llegó a morir y fue posteriormente
sanado de sus heridas.
Una vez descrito ese deslavazado tormento, les explico lo
del desnudo. Podemos advertir fácilmente que El Greco dota al imberbe San Sebastián
de un atlético y vigoroso cuerpo que choca con su aspecto un tanto afeminado
acentuado por su lampiñez; podría ser una representación de un gay, según el
imaginario homosexual de la época. La mirada se nos dirige inexorablemente al
retal de lienzo que le hace de taparrabos. El pintor lo ha dejado deslizar todo
lo posible, justo para apenas cubrir las partes pudendas. Ni rastro de vello
púbico. La amanerada figura presenta unas torsiones que difícilmente pueden
llevarnos a pensar en una postura cómoda o, al menos, de equilibrio. Sin
embargo, ese recurso le vino de perlas para colocar las cuatro extremidades en
posiciones diferentes para recrearse con la plasticidad que le proporciona la
suerte de músculos y dotar a la escena de movimiento.
Es manierismo puro, una corriente pictórica que hizo, de la
exageración o inverosimilitud de las escenas representadas, bandera; nada de lo
que se pintaba era o podía ser real, pero tal gusto triunfó en el Renacimiento.
El cuerpo del santo relumbra bajo una luz que no se sabe muy bien de dónde viene, creo que de la parte superior. En todo caso, esta técnica le permitió jugar con todo tipo de carnaciones, desde las más brillantes hasta las más apagadas y para realzar la luminosidad de la figura colocó un fondo de naturaleza de colores pardos, para la tierra y el árbol, y fríos para las nubes. Por último, El Greco ya dejó en este cuadro su impronta, alargando las figuras, y este recurso lo convirtió en su seña de identidad, y aunque a nuestros ojos se nos presenta raro, en la España del XVI debió causar furor.
Detrás del Martirio de San Sebastián palentino al Greco le
esperaba una gran carrera profesional que le convirtió en una celebridad. Así
que no se queden con las ganas de conocerlo, no se conformen con este relato y
vengan pronto a visitar este tesoro custodiado en otro reconocido tesoro como
es nuestra catedral.
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