miércoles, 27 de enero de 2016

Estampas de Castilla: los dos cerros de Palencia







Palencia tiene dos cerros que nos vienen de perlas para romper la monotonía del paisaje estepeño, pues esta vetusta ciudad está situada a las puertas de Tierra de Campos, seguramente la región más plana de España. De Palencia hacia el oeste y hacia el norte ya no hay más que llanura poblada de cebadas y tobas, y de algunos tesos donde se apostan avutardas y la vigilante liebre. 

Pues bien, y a la que voy, no hay pocos quien ven en ellos verdaderas pirámides, y no solo por su perfecta y armoniosa conicidad, sino por el fuerte simbolismo que estas formas desprenden o así lo captaron en muchas civilizaciones antiguas. Simbolismo y esoterismo que para los hombres actuales es impalpable, pero que en tiempos pretéritos aquellos moradores de la llanura sin duda lo percibieron.

No es casualidad que ambos cerros: San Juanillo y del Otero a secas, como los llamamos en el país, fueron poblados (o al menos visitados) desde la antigüedad por aquellos hombres del neolítico, como así lo atestiguan numerosos vestigios encontrados en las excavaciones de hace unas décadas. También aquella tribu celtíbera que los romanos apelaron como vacceos dejaron su impronta en sus laderas en forma de vasijas de cerámica y herramientas varias. Y algún tesorillo de monedas acuñadas en alguna ceca visigoda cercana alguien debió esconder en sus vargas de puro yeso.

Pero luego fueron requeridos por eremitas como así lo corroboran las ermitas que se hallan en sendas cumbres, aprovechando que el yeso es un mineral fácilmente modelable y que de suyo forma galerías naturales o, en todo caso, permiten una fácil excavación. En la cueva-ermita del cerro del Otero se refugió Santo Toribio de las iras del pueblo, que en aquellos momentos de los albores de la cristiandad en la península, eran adeptos del hereje obispo Prisciliano, cuando aquél predicador quiso traerles las nuevas de la verdadera doctrina cristiana.

Pero algo debieron ver nuestros antepasados para elegir ambos altozanos como lugares de ineludible visita, quizás vieron en sus cumbreras los lugares perfectos como altares para sus ritos religiosos, ya que en todas las civilizaciones buscaron puntos intermedios entre la tierra y el cielo, y punto desde donde contemplar mejor las estrellas. Y mejores atalayas en este altiplano no pudieron encontrar.

Recientemente el genial escutor Victorio Macho recargó de fuerte espiritualidad el lugar cuando eligió el cerro del Otero para erigir su coloso Cristo del Sagrado Corazón o Cristo del Otero como definitivamente lo ha apelado el pueblo. Nuestro Cristo protector mira a la ciudad y con sus manos parece bendecirla.


Todos los días, camino del trabajo, me desayuno con esta ella bella estampa del sol emergiendo entre ambos senos. Y les tengo que decir que su contemplación ejerce, además de verdadero embelasamiento, una atración total por ascenderlos, aunque sea solo de intención, para admirar la amanecida que por estos lares nos viene de la parte de Burgos.

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