lunes, 16 de enero de 2017

La ventana más pequeña del mundo








El que Toledo es de las ciudades más interesantes de España nadie lo duda. Pienso que todo lo que el viajero gustoso de recrearse con la historia lo halla en la capital del Tajo. Pasear por su callejero de noche, cuando los restaurantes y tiendas de recuerdos atestados de espadas y navajas de acero toledano han cerrado, y se han evaporado de su callejero las hordas de japoneses, nos transporta a la España del siglo de Oro.

Cientos de leyendas se han forjado en sus vetustas calles y palacios. Pero no quiero contar nada que ignoro y prefiero traerles a colación esta estampa que pasa inadvertida para propios y foráneos, pero no para ustedes, mis lectores (o seguidores de esta corchera, si lo prefieren), que sé de buena tinta que somos gente curiosa y nos solazamos contemplando imágenes inauditas de nuestra España. Me estoy refiriendo a
l ventanuco que les muestro en la imagen, el cual fue practicado en la fachada de un casón del siglo XVI y que los  estudiosos de estas singularidades han convenido en admitir que se trata de la ventana más pequeña del mundo, y como tal está acreditado en el libro Guiness de los récords.

Su dueño tuvo que barruntar la conveniencia de disponer de un visor que le permitiera escrutar lo acontecido en la calle sin ser visto. En efecto se trata de una ventana, los barrotes en cruz y su forma cuadrilátera lo delatan. El marco de piedra en su lado inferior luce una enigmática inscripción en caracteres árabes, quizás, y cuyo significado desconocemos. Desde luego que su cometido fue el de servir como mirilla para saber de las visitas, oportunas o no, al palacio, pero seguro, porque es tentativo, que también dieron un uso torticero y me pregunto cuántos secretos y confidencias habrán descubierto esos enterones y fisgones caseros.

Se dice que la calle La Sillería, donde se halla el Casón de los López, en esa época barroca estaba colmada de cantinas y ventas muy frecuentadas, entre otros por Cervantes. Y no me digan ahora que no hubieran dado un ojo de la cara, y digo uno, no los dos, claro, por contemplar la escena de ver a don Miguel garbear de taberna en taberna, y de saber de sus cuitas... Ahora comprendemos mejor la necesidad de disponer de ventanillos, porque queramos o no los humanos somos cotillas por naturaleza ...


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